Ahora es invisible,
y salen como de una
ametralladora
sangre, para ser
sueño, para hacer.
Pero todo está vacío,
no hay malas hierbas ni
buenos cultivos.
Solo gatos que buscan
refugio.
Y nosotros ¿dónde?
Al calor de la chimenea,
sin percatarnos de la
desaparición,
las ruinas no se recuerdan,
ni el engaño de que antes
todo fue mejor.
No importa la lana ni la
madera,
los quejidos de animales
muertos
son ecos encerrados en
páginas y museos.
La vida está donde no hay
calor ni pausa.
Yo veo las tardes de domingo
tan lejanas
aún cuando escribo en una
tarde de domingo.
Y huelo el café como si
estuviera en el pasto
con el peligro invernal,
y sueño, todavía, en salir
de la caseta
y enfrentarme al aire y los
vastos campos,
y confío en el hombre
porque me da su calor.
Nunca hubiera pensado en la
maldad:
solo en procesiones de
orugas,
en caminos mal señalizados,
en vayas de madera vieja,
en ríos de agua fría para
zambullirnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario