miércoles, 19 de noviembre de 2014

Dibuja un árbol

Dibuja un árbol. Tracé las líneas concienzudamente y creé un árbol desnudo y viejo. Dibuja una casa. Cogí el bolígrafo negro, inventé una casa invisible con un muro de piedra alrededor.
Por aquel entonces me gustaba escuchar el crepitar de las ramas en el fuego, el viaje del viento entre el campo de trigo y, sobre todo, el silencio.
Me acostumbré a llevar un ajo en el bolsillo para evitar a los chupasangres y todos los días notaba un ardor intenso y absurdo en el estómago. O quizás en el pulmón. Sí, en el izquierdo.
No debería haber dicho eso. A veces es mejor callar, cállate.

También me gustaba jugar con la oscuridad. Siempre que iba a casa de algún familiar, apagaba la luz. Ellos gritaban. Pero, a veces, no se puede controlar nada.
Al llegar la noche ya no quedaba nadie.
Es bien cierto que el mal es necesario. El mal engendra al mal. Se despierta en la oscuridad, pero no se debe tener miedo. Primero nace el frío, luego la sangre y, finalmente, la vida.



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