viernes, 30 de enero de 2015

Mañana

El río seguía su camino y oía su voz arrulladora desde mi habitación. Al principio fue como un eco distorsionado saliendo de las profundidades del bosque, pero comenzó a arreciar con fuerza por su lecho y, arrastrando notas y piedras, dibujaba remolinos de seres entumecidos por su insistencia. Fue entonces, quizá, cuando soñé que naufragaba en aguas marrones y turbias. Su opacidad no me dejó indiferente y las miré como si mirara al sol cuando me toca sin avisar con su cálida mano, pero el agua puede acariciar o azotar y en ese momento parecía furiosa. Abrí los ojos torpemente, como quien quita las ramas del suelo para hacerse lugar. Los surcos que dibujaba el Sol hacían de los objetos insondables seres relucientes, la ropa de la habitación era de fuego y las llamas hacían su trabajo allá por donde pasaban. Aún así, las ramas bailarinas y las caras demacradas de los árboles grises e inquietos parecían alertar a algún que otro despistado que desconociera el incendio. Las montañas enmarcadas por ventanas cuadriculadas parecían tan lejanas que ya apenas las conocía y desde fuera el agua seguía llenando mis ojos para apagar todo el fuego con ellos. Mis mañanas se asemejaban a un río, pero en verano no llovía lo suficiente y se extinguían aquellas minúsculas pertenencias a las que no echaba cuentas, como el "no olvides quién eres ni en qué sueñas", los zapatos rosas de ir a la playa con mi abuela, mis dientes de leche o El patito feo. Intento comprender, todavía, que esto es inevitable, pues no guardamos tantas lágrimas para acallar cada haz que nos ciega y debemos rendirnos a las mañanas y los mañanas.

miércoles, 21 de enero de 2015

La muerte del ruiseñor

Quiere ser dueño del sol y lo mantiene lejos. Dice adiós al amor, dice adiós, con la mano, 
con la sangre de la rosa aplastada bajo sus suelas desgastadas. Prefiere no apostar por causas perdidas, no apostar, solo brindar en el jardín. Lo único que le recuerda al amor son los libros, los ruiseñores y las rosas. Elige no presenciar más muertes, volar sin vivir para las rosas, cantar por estar vivo. Maldice a los ruiseñores que mueren por amor, el amor es egoísta, pero él es de los que viven de los sueños y la sangre es demasiado valiosa, quiere ver más rosas y más ruiseñores sellando pactos bajo las ramas.

domingo, 18 de enero de 2015

Nocturno


Legato
Saludo a cadencias rotas o imperfectas
saludo, desde lejos,
desde montañas repletas de patas
gusanos arrastrándose sobre el papel
comiendo barras, bemoles,
silencios.

Con brio
Espacio para quien no tiene
un, dos, tres, un, dos, cuatro,
los dedos naufragan en la pausa
es la sangre, el rumor viene
de dentro timbales, trompetas, xilófonos,
batuta ligera, sudor, el cabello
se eleva con los arcos
hacia todas partes, afuera,
rodando en la carretera, luego
en el mar con el cielo.

Forte
Eco, contesta, de pie, con el alma,
en la escala, hasta la octava,
agitadas, ansiosas, rápido,
todas las notas corren, chocan,
la melodía principal, el acompañamiento
grave, de fondo,
se estremece en el último suspiro,
permanece, respira, todavía.

D.C. al Fine

sábado, 17 de enero de 2015

El amor no se mide en tiempo

Fui a su habitación y le vi sentado en la cama. Yo te ayudo, qué calor hace. Era la madera, los haces de luz buscando un cristal, las fotografías o ese olor. Podría ser la limpieza, la pulcritud que caracterizaba a esa casa, las cruces, los rosarios, un espejo en el que me miraba de reojo.
Sus gafas representaban el abismo desde sus ojos hasta la realidad, en la que caía precipitado, un abismo sucio como los cristales. Será cosa de la edad, suponía él, porque por mucho que las limpiaba no conseguía remediarlo. Le puse la mano en el hombro. Sus ojos, qué decir de esos ojos llenos de ilusión por una visita, una llamada, un recuerdo, o, aún mejor, la posibilidad de ser quien él quisiera. Sus manos aparentaban paciencia. Había un reloj que no funcionaba en la mesita de noche. Qué hora será, me pregunté, mientras reparaba en ese jersey beige. Le subí el jersey poco a poco, se descompuso; quería respirar. Toqué su piel y se convirtió en extensión de mis caricias; tu ser no empieza aquí, pensé para mis adentros, tu piel solo es una puerta por la que se llega a ti. Me senté para que algo en él me contestara y, mientras, hablábamos del tiempo, pero yo no buscaba los ruidos en los que se escondía; lo comprendió y agarró mi mano para decirme que estaba ahí pero que podía ser la última vez que respiráramos ese aire tan agobiante y extraño. Arrastró pesadamente su dedo por la palma de mi mano para cavar y dejar un hoyo en ella, enterrando quién sabe qué. Luego esa pala empezó a allanar la tierra que había quedado esparcida y me acarició con los movimientos que solía hacer cuando dibujaba su nombre en el vaho del cristal, o al tocar esa manta con la que se abrigaba en el sofá. Entonces reparó en que, al enterrar quién sabe qué en mi mano, también la tierra había llegado hasta mis brazos, y, más nervioso, trató de pasarme su mano repetidas veces por el brazo izquierdo, hasta que me di cuenta y, acercándose más a mí, dejó su mano en mi cintura. Quiero saber quién eres, me dijo, sin palabras. Y, mientras apoyaba mi cabeza en su hombro, pensé, ya nos sabemos tanto, que queremos olvidarnos.

Poema humano

Si das lo mejor de ti
que es creer
que es ser

cómo quieren las alas volar más alto
cómo quieren las sombras alumbrar lo oscurecido
cómo quieres, tú, ala y sombra

a merced del pasto y de la risa
en el desesperar tornarte
dios infernal, diablo divino.

No pienses

No pienses, no vivas
Estudia, aprueba
Calla, escucha
No cuentes
Lo que piensas es horrendo
No actúes
Solo espera

El mundo no cambiará
Si tú no lo haces

La inteligencia es adaptarse
Ser el mejor de la clase
Memorizar como una máquina
Seguir el camino trazado
Aspirar el humo de los vehículos

Todo lo demás es pecado
Pero no es tan mortal

martes, 13 de enero de 2015

Los creadores de monstruos

Cuando era una niña, recuerdo que temía al hombre del saco. Duerme, me decían, o de lo contrario vendrá el hombre del saco y te llevará con él. Yo hacía caso, sin saber que el hombre del saco me podía perseguir en sueños. Desconocía que hay otra vida cuando duermes, es un mundo parecido a un espejo: todo lo que pasa en la vida real se refleja de una manera distorsionada en la vida de los sueños.

A medida que fui creciendo, comprobé que había otros monstruos, ya podía verlos a través de la televisión. Su aspecto era horrendo: despeinados, con la cara desfigurada, espíritus, seres que vivían en el inframundo y con características físicas que les hacían parecer peligrosos. Pero todos ellos tenían un común denominador: eran personas que habían pasado por un momento difícil o por alguna desgracia que les perseguía durante el resto de sus vidas. 

Hubo una etapa de mi vida en la que consideré, incluso, que los monstruos estaban a mi alrededor: mis compañeros de clase, mi familia y mis amigos. Me sentía mal y era por su culpa.

Ahora que entro en el desconocido mundo de los adultos, presiento que hay un monstruo aún más demoledor: el dinero. Nosotros, los papalagi, según el libro de Erich Scheurmann, creemos que seremos más ricos cuanto más dinero tengamos, pero no nos damos cuenta de que, como amamos el dinero, toda nuestra vida la dedicamos a él, y en contra de nuestras expectativas, no nos hace más felices. Tanto es así que podemos llegar a realizar actos inhumanos por dinero, que solo es metal pesado y papel grueso, como se observa en el libro de Scheurmann. Así, algunos lo consideran un dios, pero en realidad puede ser un monstruo si nos dejamos cautivar por él.

¿Por qué creamos monstruos? Como se puede apreciar en estas líneas, todos los monstruos aquí descritos son producto del ser humano. Recuerdo cuando miraba debajo de la cama o abría el ropero, temerosa de que pudiera esconderse allí el origen del mal. En realidad era yo quien creía que podían llegar a existir, y si creemos que algo o alguien es el origen de nuestro mal, nos encargamos de ignorarlo o eliminarlo. Así pasó con Gregorio Samsa: su propia familia lo veía como un monstruo, pero, ¿qué hubiera pasado si en lugar de tratarlo como tal lo hubieran seguido tratando como antes? En este libro de Franz Kafka se advierte lo que intento decir: está en nuestras manos crear monstruos.

martes, 6 de enero de 2015

La mecedora


Vuelvo a ser ellos: pensar y congelar.
Las bicicletas ruedan sobre los cables eléctricos,
el lugar de la luna no es la lejanía.
Un coche que vuelve al pueblo
el conductor gira su cuello.
No hay prisas, todos los pájaros salen.
Me siento en la mecedora,
pregunto: ¿será él?
Esas ruedas asfaltadas que silban
mientras van en pos del nuevo viaje.
Debajo de la casa se abre el cielo
veo planetas y hierbas que encojen.
Los vecinos van a misa, pero yo no
tengo mi sombrero.
El riachuelo se seca, un pentagrama que
discurre por diversos caminos.
Pájaros, venid a los cables, sois demasiado mayores
para recibir del viento el canto que ofrecéis.

domingo, 4 de enero de 2015

La triste pero verídica historia del gato Samba

El felino sentía las baldosas debajo de él a medida que arrastraba sus aterciopeladas patas por la habitación. Pareciera que estaba observándola como quien observa un lienzo e intenta averiguar un significado oculto, una mancha, una señal.

Sus ojos eran de color verde, su cuerpo estaba recubierto de pelaje atigrado. A menudo saltaba por la habitación, unas veces sobre la mesa, otras veces sobre los objetos que dejaban sus dueñas en el suelo. De repente, siempre de manera inesperada, se abría la puerta. Era Federica, que le traía comida, y le decía, cómo estas minino, mientras le acariciaba la cabeza, ¿cómo estás?, ¡ay!, qué carita tienes. Luego se iba y él volvía a subir a la mesa para mirar por la ventana. ¿Qué habrá al otro lado del cristal?, ¿serán ciertos esos edificios, esa gente que sale a tender la ropa o la que está, como yo, detrás de la ventana? 

Mientras, en el salón, Federica y Magdalena miraban su reloj. ¿No podemos ver alguna película buena?, decía Fede, que se encontraba tumbada en el sofá. No sé que hay, respondía Magdalena, aburrida. Mamá, le tenemos que dar las pastillas a Samba. Sí, Fede, más tarde se las doy. 

Samba se arrastraba por la pared, con el cuello torcido, y caminaba despacio; recorrer una habitación no era tarea fácil. Maullaba e iban a hacerle compañía, pero era un gato especial y no podía andar a sus anchas por toda la casa. Caminaba despacio, era incapaz de girar el cuello y estaba enfermo desde que nació.

Después de unos meses, cuando se recuperó un poco, las dueñas decidieron llevarlo de vuelta a su casa de campo, de la que tuvo que despedirse para recibir tratamiento durante un tiempo. Samba reconoció el pasto, las largas plantas y las flores, los sonidos a su alrededor. También reconoció a los abuelos, que eran parte de su familia, y recibió aquel día como un invitado al que soñaba darle la bienvenida. Pero pronto percibió una sombra que se acercó y el gato respondió temeroso; huyó, fue a esconderse donde pudo. Era un nuevo miembro de la familia, un perro joven y fiel. 

Un día de verano, Sam no pudo evitar que el perro se acercara. Tampoco evitó el miedo, pero el perro quiso llevarle consigo, o responder a alguien que le ordenó: llévatelo. El gato no sintió más el tiempo y la última amenaza oscureció el sol.



jueves, 1 de enero de 2015

Año nuevo


Cuando me conozcas sabrás que no me gusta decir adiós; acabar, así, como si se tratara de algo que hay que hacer por obligación, como si se acabara una caja de cereales para luego tirarla, como si se eliminara un contacto del móvil y todo fuera sencillo.

Nosotros no podemos acabarnos, ni a nosotros mismos ni a los demás, no somos finitos, no tenemos principio exacto ni tampoco fin. Despedirnos es soltar, disfrutar del cambio, crecer. Reconocer lo que es importante. Hay despedidas implícitas, o miradas que despiden, o ese "no es el momento" que es solo un segundo en el que lo piensas. Pero si algo acierto a entender, es que es necesario hacerlo. Para ti o para los demás. Sin embargo, despedirse no significa que nunca volverán a formar parte de tu vida, porque, como bien he comprobado, si se marchan es para que les recuerden.

Para recordar, no vivo en el pasado, vivo aquí, y, a veces, alguien me recuerda al pasado.

Sea bienvenido el presente.

Ratas

El polvo sigue aferrado a la ventana. Se hace la noche. Las ratas trepan por la pared a sabiendas de que nadie las ve, cavan agujeros blancos en los que algún día esconder un trozo de queso robado de la trampa. Miles de millones de ratas, en un afán incomprensible, trepan hasta llegar a lo más alto de la pared, y el techo se deshace y trepan por el aire. Sus patitas dejan marcas en la pared. Se hace el día. Tu mirada. Quién la ve.