jueves, 17 de noviembre de 2016

Nostalgia




El humo borra las ventanas de la ciudad
una telaraña casi invisible flota delante de casa
la portera mira un cuaderno de crucigramas
mientras el sol empapa su chaqueta.












sábado, 12 de noviembre de 2016

Una de esas noches en Barcelona

Era una de esas noches en las que Barcelona se sumergía. Las luces se habían apagado y solo quedaban los ecos del día: gritos en medio de la calle, palabras sin significado, paseos hacia algún lugar por el placer de la búsqueda, manos en los bolsillos, chaquetas negras, voces frágiles cantando a todo volumen.

Claudia entró en el bar y saludó a Rays, que le esperaba sentado en un sofá. Ella no se quitó el abrigo. Sonaba Wonderful Tonight.
¿Cómo estás, Claudia?
Bien, ¿y tú?
Bien, me alegro de volver a verte. 
¿No quieres beber algo? Rays daba pequeños sorbos a la cerveza.
No, gracias. La capucha de Claudia aún cubría su cabeza y se tapó las manos con las mangas del abrigo. 

Salieron del bar una hora más tarde. Era una de esas horas en las que no había ni un alma. Claudia miró hacia arriba pero las estrellas se escondían. Rays seguía hablando; cogió a Claudia de la mano mientras le recordaba esos días en que salían por la ciudad para perderse. 

Mírame.¿No te acuerdas?
Claudia le miró y no vio nada.

Caminaban por el Raval. Sus zapatos estaban mojados y los dos tiritaban. Claudia observaba cómo caían los recuerdos por las fisuras del suelo y cómo se erizaba la piel de las paredes.
Era una de esas noches en las que las palabras se escuchaban desde un lugar lejano.

Claudia se paró y se sentó en un portal. Rays se sentó a su lado.
¿Alguna vez has pensado en cómo es la textura de las nubes cuando llueve? 
Rays no dijo nada.
Yo creo que es igual que la arena cuando se ahoga en las olas. O igual que cuando lloramos y nuestros ojos tiemblan. 
Puede ser. Bueno, es muy tarde, me tengo que ir ya.
Vale, Rays. Yo también. Ya nos veremos. 

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Mi sobrino


Mi rutina era lo que más me gustaba, y con lo que más cómodo me sentía: me levantaba a las 7, tomaba leche con cereales, me iba a currar, comía a las 3, echaba una siesta de media hora, iba al gimnasio, cenaba a las 9 y finalmente dormía. Se podría decir que era aburrido y muy metódico, pero no me gustaba salirme de ese esquema.

No tenía familia aparte de mi sobrino, que vino a vivir conmigo cuando mi hermana murió. Siempre había sentido un cariño especial hacia Toni, por su fuerza y su fe en él mismo: era valiente, no cabía ninguna duda. Aún recuerdo el primer día que llegó, parece que lo viera aparecer por la puerta, con su camisa blanca y sus grandes zapatos negros. Su infancia no había sido un camino de rosas, como suele decirse, sino todo lo contrario, y por eso el silencio y su mirada inescrutable eran sus rasgos característicos.

Se me olvidaba contaros acerca de mi gato Moix, de un precioso pelaje negro, que era el más sigiloso de la casa y la mejor compañía que pude tener en esos años. Vivíamos los tres allí, pero hacíamos vidas separadas: el gato iba allí donde le apetecía, Toni pasaba todo el tiempo en el ordenador, y yo seguía mi preciada rutina.

Un día empecé a notar que algo no iba bien. Toni tenía la costumbre de hablar solo, pero eso es algo que hacemos todos, incluso yo, aunque era preocupante que hablara con el gato e incluso discutiera con él. Moix se había vuelto esquivo, se alejaba de mí, dormía en el recibidor y solo nos vigilaba desde el rincón más escondido que encontraba en las habitaciones.

No sé si fue mi culpa, por no haber prestado atención a esos pequeños detalles, pero al cabo de un año Moix desapareció. Le pregunté a Toni, pero él dijo que no tuvo nada que ver y que "si no estás con el gato, es normal que se vaya". Ese mismo día, de camino al gimnasio, fui a sacar la basura, y encontré un gato negro muerto en la carretera. Pensé que se habría escapado y que algún coche lo habría atropellado.

Toni se pasaba mucho tiempo delante de la pantalla del ordenador, tanto que ni dormía. No salía de casa y tampoco se ocupaba de nada. Tuve que decirle que debía ayudarme, porque si no, "tendrás que irte de aquí". Era una amenaza en toda regla, pero estaba comprobado que no captaba las indirectas, o que se hacía el tonto.

A partir de ese momento, empezó a mirarme con desprecio, como si fuera un ser superior. Más tarde, comenzaron los insultos. Yo estaba tan atareado con el trabajo, que no había pensado en sacarlo de mi casa, y sus palabras cada vez me herían más, como si fuera preso de él y no pudiera hacer nada.
Cuando empezó a afectar a mi salud, decidí que debía tomar medidas, pero no sé si fue una buena solución, porque discutíamos más, incluso casi llegábamos a las manos.

El último día, me encontraba durmiendo, aunque intranquilo, y escuché su voz como un susurro: "bueno, pero mátalo, porque si lo matas ahora no se dará cuenta" y seguidamente cambiaba la voz y se contestaba a sí mismo "no lo mates, en el fondo es buena gente, y además te compra todo lo que necesitas, seguro que te quiere". Vi que tenía un cuchillo en la mano. Se acercó y siguió con ese diálogo algunos minutos más, hasta que dijo "bueno, hoy no lo mates, mejor mañana".

Después de ese episodio, me encerré con pestillo, y estuve sentado en mi cama sin poder moverme, paralizado. Decidí hacer las maletas en silencio, después de haber escrito a mis compañeros del trabajo para avisarles de lo que había ocurrido, y no pude dormir en toda la noche. 

Llamé a un taxi a primera hora para que me esperara abajo, y cogí solo lo imprescindible para hacer un solo viaje y no tener que subir, por si acaso mi sobrino se despertaba. "¿Adónde vamos?" No supe qué responder a la taxista, así que simplemente le indiqué una dirección del centro de la ciudad y me senté en un banco a esperar. 

Había sacado las maletas a toda prisa mientras mi sobrino dormía, y por poco no lo cuento, os lo juro; me pongo a temblar cuando lo recuerdo. Sé que no es fácil creerlo, pero en estas líneas os daréis cuenta de la verdad: una vez que se descubre, se está tan seguro de ella que no existe otra historia posible. Pues bien, había salido de esa maldita casa y entré en el mundo real, donde me encontré más solo que nunca. 

martes, 1 de noviembre de 2016

Citas de Cartas a un joven poeta

La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables (...) y más inexpresables que cualquier otra cosa son las obras de arte (...).

No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo.

Se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados.

Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas.

Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad.

En realidad, sobre todo ante las cosas más hondas y más importantes, nos hallamos en medio de una soledad sin nombre.

Busque la profundidad de las cosas: hasta allí nunca logra descender la ironía.

De todos mis libros, muy pocos me son imprescindibles. (Habla de la Biblia y de las obras del poeta Jens Peter Jacobsen Seis cuentos y Niels Lyhne)

Si yo he de decirle quién me enseñó algo acerca del crear (...) solo puedo citar dos nombres: el del grande, muy grande Jacobsen y el de Auguste Rodin (...).

Las obras de arte viven en medio de una soledad infinita, y a nada son menos accesibles como a la crítica. Solo el amor alcanza a comprenderlas y hacerlas suyas: solo él puede ser justo para con ellas.

Todo está en llevar algo dentro hasta su conclusión, y luego darlo a luz; dejar que cualquier impresión, cualquier sentimiento en germen, madure por entero en sí mismo, en la oscuridad, en lo indecible, inconsciente e inaccesible al propio entendimiento.

Ser artista es: no calcular, no contar, sino madurar como el árbol que no apremia su savia, mas permanece tranquilo y confiado bajo las tormentas de la primavera, sin temor a que tras ella tal vez nunca pueda llegar otro verano.

¡La paciencia lo es todo!

Procure encariñarse con las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma muy extraño.

No se deje engañar por lo que aparezca en la superficie. En las profundidades es donde todo se vuelve ley.

Ame su soledad y soporte el sufrimiento que le causa.

De este modo aprendemos despacio a discernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno de nuestro amor (...).

Solo hay una soledad. Es grande y difícil de soportar.

¿Por qué empeñarse en querer cambiar el sabio no-entender del niño por un espíritu constantemente en guardia y lleno de desprecio frente a los demás(...)?

Piense, muy estimado señor, en el mundo que lleva en sí mismo, y dé a este pensar el nombre que guste.

Si no hay nada de común entre usted y los hombres, procure vivir cerca de las cosas. Ellas no le abandonarán.

¿No ve cómo todo cuanto acontece es siempre un comienzo? 

Está claro que nuestro deber es atenernos a lo que es arduo y difícil.

El que algo sea difícil debe ser para nosotros un motivo más para hacerlo.

Amar es más bien una oportunidad, un motivo sublime, que se ofrece a cada individuo para madurar y llegar a ser algo en sí mismo.

Para el amor y la muerte, no se podrá dar con ninguna regla común que se funde en algún convenio.

Llegará un día (...) en que aparecerá la mujer cuyo nombre ya no significará solo algo opuesto al hombre, sino algo propio independiente, (,,,) Tal progreso transformará de modo radical la vida amorosa, ahora llena de errores, y la convertirá en una relación tal, que se entenderá de ser humano a ser humano y ya no de varón a hembra.

Por eso pasa la tristeza. Lo nuevo que está en nosotros, lo recién llegado, se nos entra en el corazón, se desliza en su cámara más recóndita, y ya tampoco está allí: está en la sangre.

Lo que llamamos destino pasa de dentro de los hombres a fuera, y no desde fuera hacia dentro.

Si hemos sido puestos en medio de la vida, es por ser éste el elemento al que mejor correspondemos, al que somos más adecuados.

Quizá todo lo terrible no sea, en realidad, nada sino algo indefenso y desvalido, que nos pide auxilio y amparo. 

Debe tener paciencia como un enfermo y confianza como un convaleciente.

No se observe demasiado a sí mismo. Ni saque prematuras conclusiones de cuanto le suceda. Deje simplemente que todo acontezca como quiera.

Créame: tiene razón la vida.

Son puros todos los sentimientos que le abarquen totalmente y le eleven.

Su duda puede tornarse una virtud, si usted la educa.

Deje obrar en su ánimo la grandiosa soledad (...).

El hallarnos en circunstancias que nos formen y labren, colocándonos de vez en cuando ante cosas grandes y naturales, es todo cuanto nos hace falta.