domingo, 4 de enero de 2015

La triste pero verídica historia del gato Samba

El felino sentía las baldosas debajo de él a medida que arrastraba sus aterciopeladas patas por la habitación. Pareciera que estaba observándola como quien observa un lienzo e intenta averiguar un significado oculto, una mancha, una señal.

Sus ojos eran de color verde, su cuerpo estaba recubierto de pelaje atigrado. A menudo saltaba por la habitación, unas veces sobre la mesa, otras veces sobre los objetos que dejaban sus dueñas en el suelo. De repente, siempre de manera inesperada, se abría la puerta. Era Federica, que le traía comida, y le decía, cómo estas minino, mientras le acariciaba la cabeza, ¿cómo estás?, ¡ay!, qué carita tienes. Luego se iba y él volvía a subir a la mesa para mirar por la ventana. ¿Qué habrá al otro lado del cristal?, ¿serán ciertos esos edificios, esa gente que sale a tender la ropa o la que está, como yo, detrás de la ventana? 

Mientras, en el salón, Federica y Magdalena miraban su reloj. ¿No podemos ver alguna película buena?, decía Fede, que se encontraba tumbada en el sofá. No sé que hay, respondía Magdalena, aburrida. Mamá, le tenemos que dar las pastillas a Samba. Sí, Fede, más tarde se las doy. 

Samba se arrastraba por la pared, con el cuello torcido, y caminaba despacio; recorrer una habitación no era tarea fácil. Maullaba e iban a hacerle compañía, pero era un gato especial y no podía andar a sus anchas por toda la casa. Caminaba despacio, era incapaz de girar el cuello y estaba enfermo desde que nació.

Después de unos meses, cuando se recuperó un poco, las dueñas decidieron llevarlo de vuelta a su casa de campo, de la que tuvo que despedirse para recibir tratamiento durante un tiempo. Samba reconoció el pasto, las largas plantas y las flores, los sonidos a su alrededor. También reconoció a los abuelos, que eran parte de su familia, y recibió aquel día como un invitado al que soñaba darle la bienvenida. Pero pronto percibió una sombra que se acercó y el gato respondió temeroso; huyó, fue a esconderse donde pudo. Era un nuevo miembro de la familia, un perro joven y fiel. 

Un día de verano, Sam no pudo evitar que el perro se acercara. Tampoco evitó el miedo, pero el perro quiso llevarle consigo, o responder a alguien que le ordenó: llévatelo. El gato no sintió más el tiempo y la última amenaza oscureció el sol.



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