sábado, 17 de enero de 2015

El amor no se mide en tiempo

Fui a su habitación y le vi sentado en la cama. Yo te ayudo, qué calor hace. Era la madera, los haces de luz buscando un cristal, las fotografías o ese olor. Podría ser la limpieza, la pulcritud que caracterizaba a esa casa, las cruces, los rosarios, un espejo en el que me miraba de reojo.
Sus gafas representaban el abismo desde sus ojos hasta la realidad, en la que caía precipitado, un abismo sucio como los cristales. Será cosa de la edad, suponía él, porque por mucho que las limpiaba no conseguía remediarlo. Le puse la mano en el hombro. Sus ojos, qué decir de esos ojos llenos de ilusión por una visita, una llamada, un recuerdo, o, aún mejor, la posibilidad de ser quien él quisiera. Sus manos aparentaban paciencia. Había un reloj que no funcionaba en la mesita de noche. Qué hora será, me pregunté, mientras reparaba en ese jersey beige. Le subí el jersey poco a poco, se descompuso; quería respirar. Toqué su piel y se convirtió en extensión de mis caricias; tu ser no empieza aquí, pensé para mis adentros, tu piel solo es una puerta por la que se llega a ti. Me senté para que algo en él me contestara y, mientras, hablábamos del tiempo, pero yo no buscaba los ruidos en los que se escondía; lo comprendió y agarró mi mano para decirme que estaba ahí pero que podía ser la última vez que respiráramos ese aire tan agobiante y extraño. Arrastró pesadamente su dedo por la palma de mi mano para cavar y dejar un hoyo en ella, enterrando quién sabe qué. Luego esa pala empezó a allanar la tierra que había quedado esparcida y me acarició con los movimientos que solía hacer cuando dibujaba su nombre en el vaho del cristal, o al tocar esa manta con la que se abrigaba en el sofá. Entonces reparó en que, al enterrar quién sabe qué en mi mano, también la tierra había llegado hasta mis brazos, y, más nervioso, trató de pasarme su mano repetidas veces por el brazo izquierdo, hasta que me di cuenta y, acercándose más a mí, dejó su mano en mi cintura. Quiero saber quién eres, me dijo, sin palabras. Y, mientras apoyaba mi cabeza en su hombro, pensé, ya nos sabemos tanto, que queremos olvidarnos.

1 comentario:

  1. Difícil arte e incomprendido en muchos casos el de la prosa póetica. Es un gusto ver a gente escribiéndola. Saludos.

    ResponderEliminar