La madrugada del sábado
Había decidido dejar de imaginar sauces
en medio de la ciudad, escudriñar la luz.
Celebrando la victoria del equipo,
cogí la cañita con la boca y di un sorbo
a las sonrisas rectas de mis amigos,
a las apuestas de quienes ya no existen.
Sentada en el sofá, miré hacia la puerta.
Todo pasaba delante de mí tan rápido,
y tú, con el libro entre los vasos,
colocando tu cabello detrás de tu oreja,
escondiendo de mis ojos el ruido.
Mi cabeza grababa tus movimientos;
azul y lenta, apuraba el último trago,
las estrellas de tus hojas, perdiéndose
en el parque, en las ramas de tu cabello.
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